Carretera Austral: El primer tramo de una fascinante travesía

La aventura comienza en el que llaman “primer tramo de carretera austral” que parte desde la plaza de armas de Puerto Montt (Kilómetro 0) hasta Hornopirén. Esta vez, este relato describirá la ruta que se inicia mucho más adelante, en la bella caleta La Arena.

Poco mas de media hora dura el cruce entre caletas La Arena y Puelche en una travesía que, a juzgar por la tranquilidad del mar y la belleza inigualable de sus paisajes custodiados por el majestuoso volcán Puntiagudo, logra bloquear nuestras preocupaciones y consigue agudizar nuestros sentidos.

Un cálido y azulado cielo nos daba la bienvenida a Caleta Puelche que no albergaba mas que un par de negocios familiares y unas cuantas casas levemente distantes unas de otras. La ruta asfaltada hasta varios kilómetros permitía adentrarse mágicamente y de a poco, a descubrir sus tesoros arquitectónicos y naturales; a “palpar” de cerca la nobleza, sencillez y humildad de su gente.

Continuamos alrededor de 30 minutos hacia el sur por la ruta CH-7 apreciando cada nuevo escenario natural y cultural; pero los planes no eran seguir la ruta “tradicionalmente turística” sino que decidimos adentrarnos por donde pocos se atreven, por donde a no muchos les interesa…nos desviamos entonces por un angosto camino de ripio hasta el sector costero de la provincia de Palena por la ruta V-875. Queríamos conocer lo mas sencillo, lo que define nuestra propia identidad y realidad como Chilenos, pero a la vez lo que significaría al final del viaje la experiencia mejor vivida.

Llegamos entonces a la pequeña localidad de Contao, otrora puerto maderero y aserradero del que hoy ya no queda mucho de ello. El origen de su nombre proviene de la lengua indígena que significa “punto de reunión”, y tiene sentido, ya que es posible advertir la calma con que su gente vive y entabla una sencilla conversación.

Luego de una leve parada, continuamos nuestro camino bordeando el majestuoso y bello Estuario del Reloncaví hasta Caleta Aulen que en lengua indígena significa “Montón”. Un sencillo y amable hombre llamado Hebaristo Argel relataba que sus habitantes viven principalmente de la pesca artesanal, pero que también y gracias a sus astilleros artesanales, su economía se ve fortalecida en alguna medida al noble oficio de construcción de lanchas y botes. Quise conocer mas acerca de éste bello y casi extinto oficio, pero de eso investigaré y hablaré con gusto en otra ocasión 😊

Mientras seguíamos nuestro camino lleno de abundante belleza escénica, la “magia del sur” nos tenía reservada una gran sorpresa; un espectáculo que sólo puedes apreciar cuando tu mente y tu alma están en absoluta armonía…de pronto nos detuvimos y sin dejar de mirar el océano, nuestros labios sonreían solos al ver una familia de Toninas nadando en perfecta sincronía y en la misma dirección que nosotros. No puedo describir la energía que era posible sentir en el ambiente, casi como que esas criaturas aparecieron para dar la bienvenida a un viaje que, aunque lleno de esperanzas, era nuevo en todo aspecto, y por tanto no teníamos altas expectativas para que la experiencia fuese más maravillosa.

Seguimos entonces llenos de energía y magia nuestro camino de 7 kilómetros y casi en un abrir y cerrar de ojos llegamos al último lugar que bordea el Estuario del Reloncaví. Tentelhué (“lugar de pescadores”), pequeña localidad también de pasado artesanal pesquero pero que al igual que Aulen posee astilleros artesanales.

La localidad de Rolecha indicaba la entrada al Golfo de Ancud y luego de los anteriores kilómetros recorridos bordeando inmensas playas y un océano azul intenso, marcaba la “frontera” entre la costa y la maravilla escénica de los paisajes de montaña.

Hualaihué nos hizo detenernos obligadamente, y es que la postal que nos regalaba no hacía mas que confundirnos y no entender cómo es posible que cielo, montañas y mar pueden convivir en perfecta armonía. Un cuadro perfecto del mas famoso pintor estaba frente a nosotros…mas bien no sólo en frente, sino que alrededor también. Imaginen ahora unos mágicos y coloridos rayos de sol que caen hacia sus aguas calmas, transformando ese instante en divino; sumándose así a un momento único y que vale la pena revivir absolutamente.

En cada parada mi suegro era el guía perfecto quien se encargaba no sólo de dirigir nuestra ruta, sino que también de relatarnos con detalles todo lo que su pasado glorioso por esas zonas le había entregado; su trabajo en esas tierras fue ayudar al desarrollo de las localidades y su gente que se dedicaban a la extracción de productos del mar. Conforme lo que conversaba con sus ojos brillosos de nostalgia, esas zonas siquiera poseían el desarrollo inmobiliario de hoy en día, así es que su orgullo mas grande es saber que años atrás su trabajo (y el de sus colegas) aportó un “grano de arena” para que con los años esas caletas y localidades se les conozca por lo que son…y porque no decirlo, por lo que puedan llegar a ser en el futuro gracias a la actividad turística que puedan y sepan saber desarrollar y explotar responsablemente; que a mi modo de ver se adaptaría perfectamente el Agroturismo y el Turismo de Intereses Especiales (T.I.E). En ese sentido, estoy seguro que hay mucho trabajo por hacer respecto de su desarrollo, ya que las autoridades locales y regionales debiesen adaptar las políticas públicas relacionadas al turismo a la realidad y potencialidades que tienen, para ello es fundamental crear mesas de trabajo con los habitantes de cada localidad.

Poco antes de llegar a la pintoresca Caleta de Pichicolo (que por cierto tiene las mejores empanadas que puedan comer 😊), mi suegro nos comentaba que Isla Los Toros (muy cerca de ahí) fue uno de los principales puertos de desembarque de pesca artesanal de la décima región, por lo que era entendible el alto potencial económico que poseía, potencial que hoy se ve mermado por la pesca de arrastre e industrial, lo que indudablemente trae consigo un desmedro en la calidad de vida y economía de sus habitantes.

Luego de esa deliciosa parada en que el “menú” contempló empanadas de pino-carne, salmón ahumado-camarón, mariscos y otras, continuamos nuestro camino hacia la aventura y lo desconocido para muchos de nosotros. Pocos metros de ripio daban el paso nuevamente a la Carretera Austral (CH-7), en el último tramo que marcaría el fin de nuestro día antes de regresar a casa.

La ruta en perfecto estado nos acercaba cada vez mas a un lugar increíble, donde era posible en muchos momentos ver las cimas nevadas de los imponentes montes que protegen a Hornopirén. Aunque nuestra permanencia fue algo breve por razones de tiempo, ello bastó para adentrarse un poco al Parque Nacional homónimo y, antes de almuerzo, darse un refrescante baño en las claras aguas del bello Río Negro.

Hornopirén es una ciudad turística por naturaleza, es el punto de partida obligado para quienes se aventuran a seguir recorriendo Carretera Austral en su segundo tramo y dando inicio a la posibilidad de embarcarse (por ejemplo) con destino a Chaitén; dicen los entendidos que ese trayecto es aún mas bonito, pero hay que disponer de tiempo para poder realizarlo, ya que como dicen sus habitantes: “quien se apura en la Patagonia, pierde su tiempo”.

Mi compromiso es regresar a esas tierras para poder rescatar in situ las mejores experiencias y luego compartirlas con ustedes, las que sin lugar a dudas les encantarán tanto como a mí, o mejor aún, querrán ustedes mismos recorrerlas como ha de lugar.

Todas las localidades son testigos silentes del paso del tiempo, en la que viven a diario una calma que a ratos adormece, pero a pesar de ello estoy seguro que su gente guarda las mejores historias, sólo esperando el momento en que alguien con “hambre de conocer” su querido Chile se les acerque para conocerlos y escucharlos detenidamente.


Agradecimientos especiales

Don Rodolfo Monsalve (mi querido suegro) por compartir sus maravillosos recuerdos y experiencias y a Don Hebaristo Argel por su tiempo y amabilidad en contarnos brevemente no sólo su vida, sino que la de su pequeña caleta.


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